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Trump se pone en evidencia en un caótico debate ante Biden

CLEVELAND, EE.UU, Yahoo/Noticias.- El presidente y candidato republicano Donald Trump desató el caos en el primer debate presidencial que lo confrontó con Joe Biden, candidato presidencial demócrata, y al hacerlo no solo mostró una ferocidad y una desesperación inusitadas en un encuentro de esta naturaleza sino que, tras desatar una cauda de mentiras, insultos y distorsiones, se mostró incapaz de responder a la altura en, al menos, cuatro cuestiones clave para la nación estadounidense.

Sus dichos, o sus omisiones, en esos cuatro momentos cruciales del debate representan un grave peligro para la democracia y la convivencia en Estados Unidos.

En especial fueron notorios, incluso escandalosos, el desdén de Trump hacia el sufrimiento provocado por la pandemia de covid-19 y su responsabilidad en ello; su falta de una condena al supremacismo blanco, incluso ante una petición explícita al respecto; su incapacidad de reconocer el racismo y  la injusticia sistémica que persisten en el país y la importancia de identificarlos y neutralizarlos; y su negativa a señalar que aceptará el resultado de las próximas elecciones y llamará a sus seguidores a reconocerlo pacíficamente.

Todo ello ha hecho saltar las alarmas pues aunque Trump ha emitido en el pasado afirmaciones similares –en ese sentido su participación en el debate fue un destilado de varias de sus más cáusticas y falaces posiciones– las que hizo en el debate se dieron de cara a los votantes a los que se les pide el voto en directo contraste con el rival y, por ello, se entienden como elementos centrales en la mentalidad, la intencionalidad y la perspectiva del candidato.

Trump, de ese modo, pintó su oferta para los próximos cuatro años con tonos especialmente sombríos, y no por los peligros que él quiso ponerle a cuestas a Biden sino por los que él mismo ya personifica y podría personificar, incluso con mayor intensidad, de ser reelegido.

Biden se mostró mayormente contenido ante un Trump sobrecalentado y agresivo. Aunque no fue sobresaliente en sus exposiciones, sí logró con mucho mayor éxito emitir su mensaje y sus propuestas y resistir la embestida de Trump manteniendo por lo general la compostura e incluso respondiendo con sonrisas, a veces humorosas y otras con un toque de irritación, a los despropósitos y arrebatos del presidente.

Y Biden se apuntó puntos favorables cuando, ante la tormenta de interrupciones y, con frecuencia, falsedades de Trump, él se dirigió directamente al público estadounidense, ignorando al desbocado presidente, para plantear sus propuestas o alertar sobre las impropiedades de su rival.

Por ello, no puede decirse que haya habido un ganador del debate. Trump se dedicó a sabotear la discusión, pasó por alto los acuerdos previos del formato, interrumpió, insultó y mintió a gran escala, discutió continuamente con el moderador Chris Wallace y en general mostró una mezcla de bullying, combatividad y descontrol  que, al final, le resultó contraproducente. Se le vio desesperado y molesto, centrado en sí mismo y en los agravios que cree ha sufrido y atacando al rival no con ideas o propuestas sino con recursos al miedo, insultos y mentiras.

Biden por su parte no estuvo especialmente brillante pero supo transmitir una imagen de serenidad ante el descarrilamiento de su contendiente, lo que en cierto modo fue una representación de la realidad del país: ante presidencia actualmente sumida en el caos, mientras el país enfrenta rudas crisis sanitarias, económicas y sociales, Biden optó por expresar empatía  y plantear su diagnóstico y las políticas y acciones que busca llevar a cabo.

Un Biden algo más reactivo podría haberle logrado algunos puntos extra en casos de refutaciones exitosas en contra de Trump, pero eso también podría haber añadido aún más caos al debate e incurrido en lo que, al parecer, Trump buscaba desatar y no logró: sacar a Biden de sus casillas o hacerlo entrar en confusión. Fue Trump, en realidad, el que se salió de cauce y, posiblemente, acabó como la serpiente que se muerde la cola. Biden, por ello, salió mejor parado del encuentro.

Para colmo, Trump tuvo un debate paralelo con el moderador, y con ello exhibió su falta de disciplina y autocontrol, su incapacidad de respetar acuerdos mínimos –como las reglas de un debate- y una intolerancia ante todo lo que no sea a su modo. Algo que, aunque sus seguidores entusiastas podrían entender como una combatividad a toda prueba, en realidad sugiere una falta de concentración en lo importante y un desdén por las reglas que lo muestran inconstante y poco confiable.

En realidad, a Trump le habría favorecido mucho más mantener una actitud activa y crítica, punzante incluso, pero sin perder el foco y sin mostrarse descontrolado, incluso desesperado, como se mostró.

Todo ello dejó también la impresión de que, en realidad, Trump teme hondamente que perderá la elección, incluso que lo considera inevitable (aunque tenga aún opciones para ganarla), y por ello ha optado por la estigmatización completa del contrario y del proceso electoral en general, para concitar un ambiente en el que pueda alterar el curso de los comicios o llevarse todo cuesta abajo consigo.

Su visceral repudio del voto por correo no tiene otra base que la noción de que le será abrumadoramente contrario, no por fraude (del que no hay evidencias ni él las ha mostrado) sino por la voluntad popular, y por ello resulta una amenaza para la democracia.

Lo mismo de su rechazo a decir que reconocerá el resultado electoral y que llamará a sus seguidores a hacer lo mismo de modo pacífico.

Al  concluir, el debate mostró dos rostros diferentes: Trump con una cara de molestia y Biden con una sonrisa.

Muchos han considerado al pasado debate presidencial como el peor de la historia, incluso como un antidebate por la actitud destructiva de Trump. Por ello, se ha también cuestionado si tienen sentido los dos debates presidenciales aún pendientes antes de las elecciones del 3 de noviembre.

Ningún bien le hará a la candidatura de Trump un nuevo torrente como el que se vio este martes, pero es improbable que él pueda ofrecer otra cosa. Tampoco le haría  bien a Biden exponerse a una nueva oleada de Trump, incluso si como en esta ocasión la resiste con firmeza y algunos momentos de brillo.

Y al concepto mismo del debate no le beneficia un nuevo episodio en  el que reine el caos y un candidato se salte las reglas básicas, que son también formas de respeto hacia el espectador, el votante. Los debates son un ejercicio de civilidad democrática fundamental, y aunque ciertamente pueden y deben resultar combativos, requieren de una disciplina que Trump no mostró y quizá no pueda mostrar.

Con todo, es de desear que discusiones civilizadas y de fondo puedan darse entre los candidatos presidenciales, en esta y en futuras elecciones, y por ello lo ideal es que los próximos debates programados se realicen y cumplan el importante papel que tienen para guiar la decisión de los votantes.

Y, sobre todo, es imperativo que el pueblo estadounidense acuda libre y ampliamente a votar el 3 de noviembre y que su voto sea cabalmente respetado, sea como sea la modalidad del sufragio, y se dé el tiempo necesario de acuerdo a la ley para contar hasta la última boleta y declarar al vencedor.

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